Por Javier Larraín
El socialismo data de unos cuantos siglos y de hecho es pertinente llamarlo en plural: “socialismos”. Tiene su propia historicidad, con luces y sombras, como cualquiera. Pero, sin dudas, fue con el amigo Carlos Marx y su socio Federico que dio un salto cualitativo, para convertirse en la ideología y horizonte liberador de los condenados de la Tierra. Claro, con el fin de evitarse malentendidos y fastidios, los amigos optaron por hablar de “comunismo”… Así fue creciendo la bola, sin renunciar a una cosa (la dejo en claro, para que nadie se confunda): ¡destruir el capitalismo, en ningún caso maquillarlo!
Fue a fines del siglo XIX cuando la literatura socialista-comunista arribó a Nuestra América, teniendo gran acogida principalmente entre la clase obrera y pronto entre estudiantes e intelectuales, campesinos e indígenas, despuntando, en la siguiente centuria, personajes mayúsculos como Luis Emilio Recabarren, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Farabundo Martí y, por supuesto que sí…, José Carlos Mariátegui, el “Amauta”.
El prestigio del socialismo-comunismo fue tan grandioso y raudo que partió siendo abrazado por las y los mejores de cada rincón del mundo y sus valores, ética, filosofía y proyecto oficiados por un César Vallejo a un García Lorca, Vladímir Mayakovski, Pablo Neruda a un Miguel Hernández, Javier Heraud y Roque Dalton; por un Woody Guthrie a un Víctor Jara, Benjo Cruz, Daniel Viglietti y Violeta Parra; por una Tina Modotti a una Olga Benario; por un Marc Chagall a un Roberto Matta; por un Camilo Torres a un Rafael Maroto y François Houtart; por un Ho Chi Minh a un Salvador Allende, Fidel Castro, Che Guevara y Hugo Chávez, en fin…
Como era de esperarse, la burguesía occidental no perdió el tiempo y, sin sentarse a desayunar siquiera, trató grotescamente de apropiarse del término, manosearlo, despojarlo de su raíz emancipadora y destinarlo al tacho de la Historia vía descrédito. ¿El encargado de la labor? Nada más ni nada menos que Adolfito Hitler y su movimiento “nacional-socialista”… sí, una mala jugada, desleal, que tuvo ecos en este continente, por si acaso.
A fines del siglo XX un reconocido trovador guitacanturreó: “Nadie sabe qué cosa es el comunismo”… ¿Es cierto? Sí y no. Porque sabemos, en gran medida, lo que no es, e intuimos lo que es… y en el caso del socialismo con mayor razón, porque harta agua ha corrido bajo el puente. Quizás podríamos convenir que es un estatuto civilizatorio superior al actual y que su talón de Aquiles está en que precisamente debe nutrirse de mujeres y hombres con una sólida formación integral, humanistas, alejados de lo que da vida al capitalismo: individualismo, egoísmo, vanidad, suntuosidad, altanería y un largo etcétera.
Desde el tiempo del amigo Carlos Marx y su socio Federico hasta hoy han transcurrido más de 150 años, y los condenados de la Tierra han esparcido numerosas genuinas y sinceras revoluciones socialistas-comunistas; algunas sofocadas en sangre y otras “suicidadas”. Unas más y otras menos avanzadas en esa pequeña gran tareíta que nos puso el dúo alemán: “Humanizar al ser humano”.
Sí, no podemos negarlo, el desmerengamiento de Rusia soviética y sus vecinos casi nos noqueó, nos dejó un buen rato en la lona. Sin embargo, la apropiación de las experiencias de las revoluciones socialistas-comunistas debiera resultar explosiva en una época como la actual, en que los humildes contamos con los mayores índices de instrucción de nuestra historia.
El bochornoso socialismo de socios-listos y socias-listas que irrumpe hoy sobre todo en tiempos electorales en países de Nuestra América, donde por una pega –de la que se pueda cosechar quizás qué ¿?– las candidatas y candidatos son capaces de ofrecer un triste espectáculo de sectarismos, ofensas, infundios, insultos y hasta agresiones físicas y golpizas a los propios “compañeros” y “compañeras” de filas (por supuesto que el agresor vestido con su polera y gorrita del Che… acompañado del infaltable ¡Patria o muerte!), se halla en las antípodas de la ideología que canturrean.
¿Podrá nacer una sociedad nueva de alguien que simboliza, reproduce y amplifica en sí lo peor del capitalismo?
¿Cuántos silencios mortales seguiremos tragándonos las y los socialistas y comunistas frente a quienes a punta de fraseología y ambición se apropian descaradamente de nuestra hermosa historia y cultura rebelde?
¿Seguiremos farreándonos la oportunidad de echar a los mercaderes del templo?
Decía mi abuelo que la Historia no perdona.