Y lo que distingue al revolucionario verdadero del falso revolucionario es precisamente esto: el uno actúa para arrastrar a las masas, el otro espera porque las masas tengan todas ya una conciencia para empezar a actuar.
Fidel Castro
La corrupción es la marca de una sociedad egoísta e individualista cuyo mejor caldo de cultivo es el capitalismo que, aunque la rechaza formalmente, la promueve como principio rector en infinitas dimensiones de la vida social. Por esto, no extraña que durante las dictaduras militares y el neoliberalismo más puro la corrupción en Bolivia haya llegado a niveles delirantes. Tampoco el que la marca del régimen de Áñez y Murillo se haya distinguido por la corrupción más descarada en medio de una emergencia sanitaria.
Lo que sí extraña es que procesos de trasformación social que se han parido en la lucha anticapitalista no se alejen de las prácticas corruptas, que si bien para extinguirlas es necesario desmontar al capitalismo por una sociedad, una conciencia, una estructura económica y política socialistas, desencantan y mellan cualquier proyecto honesto.
Claramente, se requieren acciones que mejoren sustancialmente la calidad de vida del pueblo, socializando los medios de producción, eliminando la gran propiedad privada y educando a un pueblo con valores ajenos al capitalismo, lo que no solamente debe plasmarse en un enfoque tecnócrata, sino que debe rescatarse en principios éticos y morales construidos en un proceso revolucionario donde “la sociedad en su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela” en la que los individuos “van adquiriendo cada día más conciencia de la necesidad de su incorporación activa a la sociedad y, al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma”, como planteó nuestro comandante Che Guevara.
MG