Formación | Los primeros pasos de Ernestito por Javier Larraín | Revista Maya Nro. 59

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A sus cortos cinco años, con letra enrevesada y un dibujo juguetón, Ernestito (o “Teté”) escribió la primera de sus cartas –práctica que mantuvo durante toda la vida–, dirigida a una tía paterna: “Alta Gracia, 12-16. Querida Beatriz, recibí tu carta y los cuatro libros… Recibe un abrazo de Ernestito”.
Unos cuantos celuloides y decenas de fotografías, así como numerosos relatos de familiares y amigos, y hasta sus propias libretas personales, dan testimonio de la infancia del más universal de los americanos, Ernesto Che Guevara.

De vaqueros e indios

Hermanos Guevara de la Serna, 1937.

Descendiente de migrantes irlandeses y de un virrey de Nueva España, Pedro de Castro y Figuera, por parte de padre; de estancieros criollos y un abuelo afiliado al radicalismo que participó en la revolución de 1890 y que después se quitó la vida navegando rumbo a Europa, por parte de madre; fueron, sin embargo, las historias de los abuelos Guevara las que le sedujeron a Ernestito en sus primeros años, quizás porque habían apostado el destino en California, región aurífera y escenario favorito de las películas del lejano Oeste.
Como repara Paco Ignacio Taibo II en su célebre biografía de Che, una foto en el pueblo cordobés de Altagracia, fechada en 1937, ilustra a un Ernestito, de nueve años, con penacho e indumentaria de indio, y a su hermano Roberto, de siete años, vestido de vaquero. Para entonces ya se había acostumbrado a jugar tiro al blanco junto a su padre. Y, según cuenta su hermana Ana María, había arruinado una obra teatral colegial tras creerse más de la cuenta el papel de boxeador que le tocó representar con su hermano, a quien le propinó un desmedido golpe sobre las tablas, dando paso a la bataola.

Los rebeldes de la burguesía

Ernesto Guevara Lynch y Celia de la Serna, padres de Ernestito, se conocieron a inicios de 1927 y, antes de acabar el año, se casaron.
Huérfana desde la adolescencia, criada por sus hermanas y una tía, formada como novicia en el Sagrado Corazón, Celia era aún menor de edad cuando se emparejó con Guevara Lynch. Tiempo después abrazó las ideas liberales de izquierda y rápidamente se transformó en el arquetipo de la mujer “moderna” de Altagracia; su pelo corto, el gusto por los cigarrillos y sus dotes de conductora hicieron temblar a los mojigatos de la aristocracia argentina.
Pero don Ernesto no quedaba atrás. Constructor civil y distinguido bailarín de tango, voraz lector y apasionado contador de cuentos, dedicó su existencia a materializar sueños y empresas que fracasaron una tras otra, hasta quedar prácticamente en la ruina económica. ¿La más nefasta? Socio y encargado de un astillero de yates de lujo en San Isidro, en que, además de sumar números rojos, vio literalmente incendiada su inversión, salvando solo una pequeña canoa donde Ernestito hizo sus primeras navegaciones por el río Paraná.

Nacer en Rosario

Ernestito bebé junto a sus padres, Rosario.

Sus primeros años de matrimonio los Guevara de la Serna lo pasaron en Caraguataí, una población que no alcanza el centenar de habitantes, ubicada en la provincia de Misiones, a mil 800 km de Buenos Aires.
Es allí, donde en un nuevo y teóricamente auspicioso negocio, Ernesto padre invirtió su fuerza y parte de su fortuna en adquirir un campo de 200 ha que dedicó a las plantaciones de yerba mate y explotación de maderas preciosas.
Es precisamente en esa región, en la que confluyen los ríos Paraná y Uruguay, y el clima se torna tropical y húmedo, y la naturaleza frondosa y desafiante, donde Ernestito aprendió a caminar al tiempo que sufrió sus primeras crisis asmáticas.

Igualmente es el pequeño muelle de madera de Caraguataí el que vio alejarse a Ernesto y Celia con destino a Buenos Aires, para dar un cómodo nacimiento a su primogénito. Pero, el plan original se frustró, el parto se adelanta y, contra todo pronóstico, Celia fue internada en el Hospital Centenario, naciendo el sietemesino Ernestito a las tres y cinco de la madrugada del 14 de junio de 1928. ¿Los testigos y firmantes del acta? Un taxista brasileño y un tío paterno que se apersonó con la misma urgencia.

Celia, el asma y los juegos vertiginosos
Es probable, según consignan algunos biógrafos, que la madre haya trasmitido genéticamente el asma a Ernestito, ya que padecía de la misma enfermedad.
Sin embargo, don Ernesto, con los años rememoró un episodio que marcó a fuego la vida de su hijo. En uno de sus habituales baños en Misiones, Celia no le abrigó al niño que, al caer la tarde, continuó en la ribera del Paraná, hasta que de pronto irrumpió una tos que le impidió respirar. El diagnóstico médico fue unánime: crisis asmática, alergia que le perseguió hasta el fin de su vida.
Su condición de enfermo crónico determinó que la familia iniciara un peregrinar en busca de un lugar adecuado para la salud del menor. La “tierra prometida” la encuentraron en Altagracia, provincia de Córdoba, donde Ernestito vivió desde los cinco a los 17 años.
A causa de sus crisis asmáticas, Ernestito solo cursó segundo y tercer año de la escuela; de cuarto a sexto su asistencia fue más que interrumpida. Por eso fue Celia, de cultura avasalladora y dominadora del idioma francés, la que le enseñó a leer y escribir, y en general a amar las novelas y poesías. En la adolescencia, un Ernesto maduro confesó su afición por las obras de Verne, Dumas, Salgari y de Cervantes.

Familia Guevara de la Serna.

¿Crecerá normal?
Hay coincidencia en las amistades de los Guevara de la Serna en Altagracia al momento de referirse a esta familia. Padres bohemios, progresistas y de cultura exquisita. Y ¿los hijos? Cuatro niños traviesos, jugadores de fútbol, policías y ladrones, rayuela, y sumamente dadivosos y prestos a relacionarse con los hijos de los campesinos y gentes pobres del pueblo; cursaron la escuela pública.
Luego de velar con extremo cuidado por la salud del mayor, un día la madre, según cuenta la familia, les dijo a todos: “Ernestito crecerá normal, igual al resto”. Entonces el niño se volvió un devoto por los juegos riesgosos, armó trincheras en el fondo del jardín de la casa –para replicar la Guerra Civil Española–, montó a caballo, concursó con éxito en torneos de ping-pong y se convirtió en un talentoso jugador de ajedrez.
La temeridad de Ernestito y la afición por deportes como el rugby forjaron su carácter, cuestión que nos hacen pensar acerca de su constante prueba a sí mismo para alcanzar sus propósitos.

Javier Larraín Parada

Bibliografía
-Froilán González y Adys Cupull. Amor revolucionario. Celia, la madre del Che (2004).
-Paco Ignacio Taibo II. Ernesto Guevara, también conocido como el Che (1996).

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